La tecnología está en constante avance y la educación también. En la actualidad, las y los estudiantes se enfrentan a desafíos sumamente distintos a los que forjaron el pasado, y por supuesto, la tecnología ha venido a cambiar los paradigmas educativos, asumiendo un protagonismo mayor y desafiando al cuerpo docente. Por ejemplo, los computadores –no hace tanto tiempo– se limitaban a sala de computación, sin embargo, comenzaron a abrirse paso paulatinamente. Y con la aparición de la crisis multidimensional provocada por el Covid-19, el proceso se aceleró. Lo que antes era una ilusión se transformó en una realidad y la educación en línea supuso un cambio radical; nuevas maneras de aprender, interactuar y una inminente necesidad de mallas curriculares acordes a la digitalización. Claro, esto también conllevó un cambio en los centros de prácticas, haciendo evidente la vinculación entre la academia, las empresas y las tecnologías.
¿Qué es lo que buscan las empresas? ¿Qué es lo que quieren los estudiantes? Preguntas como esas son esenciales para la revisión del perfil de egreso, aquel que tiene que ver con las competencias que ejercerá la o el profesional y aquellos que, en definitiva, le puede aportar a su área de expertiz. Ante los nuevos paradigmas, estos requieren ser modificados y actualizados constantemente, pero siempre, con base a los requerimientos y necesidades de sus principales ejes: estudiantes y futuras o futuros empleadores. La primera brecha por vencer: la generacional. Profesoras y profesores pertenecientes a la Generación X o Millennials, versus un estudiantado nacido en la era digital. Centennials y Alphas expertos en redes sociales y con la habilidad de acceder a todo en unos de una milésima de segundo. Autocríticos, autodidactas, innovadores, conscientes y exigentes de una educación práctica, dinámica y flexible.
En conclusión, la conexión es fundamental, como también, la vinculación temprana con los centros profesionales. Por lo menos, en cuanto a los requerimientos de las y los estudiantes. Ante esto, surge la necesidad de capacitar al cuerpo docente respecto a las nuevas tecnologías y con ello, un cambio en las mallas curriculares que incluyeron nuevos convenios y áreas por abordar. Además, salidas a terreno tempranas y una mayor interacción entre las empresas y la academia. Un trabajo de años, que no se detuvo con la pandemia y que ha potenciado el empoderamiento del cuerpo estudiantil. Así, las y los futuros profesionales no solo manejan la información pertinente a sus carreras, sino que son capaces de adaptarse a las nuevas tecnologías, crear, trabajar en equipo y, sobre todo, “pensar local, actuar global”. Es decir, se está formando ingenieras e ingenieros tanto para La Araucanía como para el mundo.